jueves, 26 de mayo de 2011

MONUMENTO AL HOLOCAUSTO. Berlín.

Al atardecer nuestras sombras se proyectan en las estelas.

En la entrada anterior de este blog me he referido a una forma muy particular de hacer paisaje adoptada por Peter Eisenman en la Ciudad de la Cultura  de Santiago de Compostela. El presupuesto de partida es entender que la normalidad de la naturaleza es alterada por la erupción de la cultura que desde las profundidades del subsuelo levanta la corteza terrestre alterando su perfil y albergando bajo ella (esta es la parte sustancial) una serie de recintos donde la cultura se desarrollará en plenitud. El paisaje rural alterado y conformado por la acción arquitectónica.
El paisaje santiagués nos lleva sin poder evitarlo a otra alteración semejante bien que en suelo urbano. Me refiero al Monumento al Holocausto de Berlín también diseñado por Peter Eisenman en compañía del ingeniero. Buro Hapold. El Monumento a los judíos de Europa asesinados (este es su nombre oficial) se inscribe en el conjunto de obras que se proyectan tras la caída del muro de Berlín que buscan conseguir la imagen de modernidad necesaria para constituirse en la nueva capital alemana a la vez que se restaña la gran cicatriz que recorre toda la ciudad ocupándola con construcciones y actuaciones paisajísticas de todo tipo. La recuperación de la normalidad pasa por la asumción de su historia menos afortunada. En este contexto nacen los proyectos del Museo judío y del Monumento a los judíos de Europa asesinados, sus concursos correspondientes, adjudicaciones, y realizaciones. El Monumento al Holocausto, inaugurado en 2005 y situado entre la Puerta de Brandemburgo y Postdamer Platz, ocupa terrenos que antes albergaron la residencia de los presidentes de la época de Weimar y después la cancillería de Hitler, con su cercano búnker, la casa de Goebbels. El Muro se construyó en uno de sus bordes por lo que el solar quedó en la zona de influencia.

La trama urbana pasa de la ciudad de los vivos a la ciudad de los muertos de forma "natural".

El monumento se compone de 2711 estelas prismáticas de hormigón de idéntica base (2,40 x 1 m) y altura variable (de 0,2 a 4,8 m) siguiendo una ordenación hipodámica sobre una superficie de 19.000 m2 ligeramente inclinada. El número 2711 parece corresponder a las páginas del talmud ratificando la insistencia en curar heridas que también sufrieron gitanos, homosexuales, enfermos de todo tipo, cristianos, testigos de Jehová y otros muchos hombres por el hecho de tener el elemento diferenciador de los humanos: ser distintos. Espero que, quizás sin quererlo y abrumados por la mayoría y la política, no se inicie otra discriminación en el recuerdo y en los monumentos.
En el que nos ocupa el paisaje creado por Eisenman se inserta perfectamente en la trama urbana. Bloques sucesivos, inserto en la trama de calles con diferentes alturas, prolongan la ciudad de los vivos. La sucesión de techumbres hasta donde casi se pierde la vista anima a la contemplación. El extremado racionalismo y el brutalismo sin concesiones provocan buscar elementos de vida o, al menos, de actividad. Entonces se suelen encontrar ritmos, estructuras y composiciones que dan sentido a la abstracción como recurso plástico evocador. El siguiente paso es abandonar las alturas y descender a las calles de esta ciudad inanimada. Pronto nos rebasan las alturas de las construcciones, y el agobio se apodera de nosotros; a nuestro alrededor uno y otro bloque de cemento inerte y mudo; las calles dan salida en la lejanía, pero en la proximidad el todo es un laberinto. La desazón termina de embargarnos y solo buscamos la salida.

Asumidos la abstracción y el brutalismo, los ritmos, estructuras y composiciones construyen y enriquecen la percepción del monumento y su significado.
 El Monumento al Holocausto me recordó el Jardín del exilio del Museo Judío de Libeskind  a pocos kilómetros de allí. Libeskin trabajó sobre la idea de pocos pilares (49, en referencia al año de la fundación del estado de Israel) pero todos por encima de nuestra cabezas, con unas calles entre ellos más estrechas, y además inclinados sobre un suelo que a su vez había perdido la horizontalidad. El efecto de angustia era similar aunque más intenso pero mucho más corto. Físicamente el jardín es pequeño y se puede salir de cuatro pasos; el monumento es largo y cuando se quiere salir hay que recorrerlo. No sé si se copiaron, se influyeron, o se pusieron de acuerdo, pero hay que destacar que en ambos casos la abstracción brutalista resuelve muy bien el problema de mantener el recuerdo sin caer en la morbosidad.

Callejeando entre las estelas se suelen  presentar el agobio y la angustia.

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