El
Museo Oteiza, situado en la localidad de Alzuza (Navarra), a pocos kilómetros
de Pamplona es uno de esos pequeños placeres intensos que se pueden degustar en
el mundo de la cultura. Podría ser definido como el lugar donde se puede estudiar
a Jorge Oteiza con mayor diversidad e intensidad y sería acertado dada la
amplitud de sus fondos, la colección personal del artista, compuestos por 1.650
esculturas, 2.000 piezas de su laboratorio experimental amén de numerosos
dibujos, collages, y manuscritos de variada temática tanto del campo de la
estética plástica, como de la poética, lo social, la arquitectura o la
socialización del arte. Sin embargo el museo presenta obras con comedimiento y
a la medida del visitante no especialista que va a ocuparse durante un par de
horas de conocer o comprobar sólo las obras más significativas del escultor.
Los investigadores tienen otros campos (archivos, biblioteca, laboratorio de
tizas) y otros tiempos, al igual que los asistentes a las actividades pedagógicas.
Podría
ser definido el museo como una obra de Sáenz de Oiza en la que el arquitecto
desecha hacer una construcción, más o menos personal, que pueda albergar las
piezas de un escultor y retoma la idea casi primigenia de la arquitectura de
museos de construir un continente que delatase el contenido desarrollando su
historicidad o su expresividad como hicieran en tiempos ya lejanos los museos
neoclásicos del XIX (albergaban escultura clásica) y ahora los blancos Centros
de Arte Contemporáneo asépticos y “clínicos”, bien que en el caso del museo
Oteiza-Oiza desde los presupuestos del expresionismo y el arte informal de
mediados del siglo pasado gracias a sus muros de hormigón rojizo, sus recuerdos
figurativos del taller de Oteiza en Aránzazu y la iluminación a contraluz casi
permanente de las piezas.
El
Museo Oteiza es una exquisita caja de sorpresas. La aparente simplicidad del
exterior arquitectónico: una macla de cubos y prismas pegada a un edificio de
arquitectura popular en la que solo destacan la masa de los muros, la línea de
ventanales y los tres prismas irregulares de las claraboyas. En el interior
cinco salas: una central de doble altura y otras cuatro a ambos lados de la
primera de dos en dos. Paredes de cemento rojo, suelo negro, techo negro, pedestales
siempre prismáticos de color negro o azul oscuro, y algunos paneles de pared
negro o azul oscuro. En resumidas cuentas el interior está lejos de ser lo que
podríamos llamar arquitectura amable. Parece que la visualización va a ser incómoda. Pero no es así.
La
iluminación propuesta por Sáenz de Oiza es muy singular: un solo ventanal en
las salas bajas incluida la principal lo que provoca que casi todas las piezas
solo se vean a contraluz, para ser más exactos y empleando sus propias
palabras, en penumbra. Además de esta luz perimetral tres claraboyas en una de
las alas superiores y una ranura (lumínica) en unos de los bordes de la otra.
Gracias a que los muros de la sala central están perforados o no llegan totalmente
al techo, la luz se introduce por todas partes aunque no ilumina nada con
claridad, con la claridad que estamos acostumbrados a ver en algunos museos
donde las piezas se presentan como en una carnicería con toda su información en
primer plano. En el Museo Oteiza los encargados del montaje (Conchita Lapayese
y Daría Gazapo en un primer momento y otros museógrafos después cuyos nombres
siento no poder mencionar porque los desconozco) han mantenido la intuición de
Sáenz de Oiza que no es otra que dejar que las piezas de Oteiza atrapen la luz
ambiente. El proceso plástico de Oteiza (expresionismo, pérdida de masa,
vaciamiento, interacción de vacíos, conformación de espacios, espacios activos)
se repite con la acción de la luz y el interés del espectador en visualizar la
pieza, quién adaptándose a la poca presencia lumínica en el interior de las
piezas, las escudriña por fuera primero y en su interior después participando
con ello de la actividad del espacio vacío de materia que no de tensiones. Los
puntos de luz artificial podrían haber aclarado todo lo expuesto pero los
montadores han sabido mantener el espíritu de la iluminación natural y han
utilizado, muy acertadamente a mi parecer, la mínima necesaria.
En
resumidas cuentas un museo pequeño, singular y exquisito preparado para la
percepción, en ambiente de perfección, de la obra de Oteiza en especial para
quien se acerca por primera vez a su obra o casi.
Disfruté mucho del descubrimiento hace unos años con el Sr. Alarcón y el Sr. Bonill... Se me quedó un regusto de lo bien hecho que he echado en falta en muchas carnicerías-museos que se olvidan de una prioridad espacial esencial: el uso de la luz.
ResponderEliminarLo dicho: Delicious!
Excelente y detallada explicación de este mágico y único lugar.
ResponderEliminarUn saludo y felicidades
Antonio Basso
yasoypintor.com