jueves, 23 de septiembre de 2010

AL SABER LO LLAMAN SUERTE Y AL CONOCIMIENTO MILAGRO

Capitel de la Anunciación. Iglesia de San Juan de Ortega (Burgos).
Se ha vuelto a producir. No lo he visto, y si las nubes no cubrían los cielos de San Juan de Ortega (Burgos) en el día de ayer, equinoccio de otoño, sé que se ha vuelto a producir el fenómeno en el que el último rayo de sol ilumina un capitel de la iglesia de San Juan de Ortega permitiendo comprender con plenitud su significado, estableciendo el orden de los acontecimientos y fascinando al espectador por la forma de hacerlo.
Hoy día, San Juan de Ortega es una pequeñísima localidad con tres casas, un bar y un albergue con su iglesia. En tiempos, lo imagino como un refugio, el único refugio, en medio del campo, en los temidos Montes de Oca por la presencia de ladrones que acechaban a los peregrinos a Santiago, por las nieves y las ventiscas, a una jornada de Burgos. Aún hoy se hace desear tras atravesar un bosque de robles y encinas, lejos de las modernas vías de comunicación motorizada. La iglesia y el albergue fueron construidos, en un primer momento por Juan Velázquez, conocido como San Juan de Ortega, hacia 1152. Después se hicieron remodelaciones en las que se adoptan soluciones del estilo gótico.
Ahora solo me importa llamar la atención de cómo el maestro de obra (quizás San Juan de Ortega), y el maestro cantero, que hoy llamaríamos escultor, y el representante del clero responsable del programa iconográfico se ponen de acuerdo para conseguir lo que tradicionalmente se llama obra de arte en un capitel triple que reproduzco encima de estas líneas.
El capitel representa el ciclo completo del Nacimiento. De izquierda a derecha se observan el Ángel anunciador de rodillas mirando al infinito, la Virgen con las manos abiertas y verticales como intentando parar algo y mirando también al infinito y no al Ángel como sería de esperar; una figura femenina que suponemos Santa Ana, sirve de transición a la siguiente escena, La Virgen visitando a Santa Isabel; otra figura sola, San José en actitud pensativa, da paso a la escena del Nacimiento; y por último la escena de la Adoración de los Reyes Magos, apenas visible en la foto que presento. Es un programa iconográfico muy conocido a excepción de las posturas del Ángel y la Virgen en la escena de la Anunciación y de San José el solitario. Todos los días del año podemos estudiar y aprender lo que en este capitel se relata. Pero los autores, no sé si tres o uno (arquitecto, escultor y guionista iconográfico) se pusieron de acuerdo para fascinar al contemplador al menos una vez a la año, que en la práctica inevitablemente son dos.
Efectivamente, en el equinoccio de primavera, dicho de otra forma, a nueves meses del solsticio de invierno cuando se conmemora el nacimiento de Jesús, la orientación del templo  y la apertura de un orificio en unos de los plafones de alabastro del rosetón de la fachada (lo que supone unos avanzadísimos conocimientos de astronomía) permiten ver el capitel de otra manera.
La visión se inicia con la presencia de un punto de luz en el muro. A partir de aquí ruego al lector que siga las fotos reproducidas más abajo. Un punto de luz que avanza en dirección al capitel y produce un efecto secundario de particular importancia, aquí acentuado por la técnica fotográfica. El seguimiento del punto brillante y la acomodación de nuestros ojos a su luminosidad van oscureciendo el resto de la iglesia en nuestra percepción. Concentrados en esa luz comprendemos porqué el Ángel mira la Luz y no a la Virgen.
Inicio. Un punto de luz se posa en el muro e inicia el recorrido
Comprendemos porqué la Virgen levanta las manos intentando rechazar la oferta de la Luz a la vez que la mira de frente. La escenografía es perfecta. Por una vez no se pinta la luz, o se talla. La luz está presente sólo una vez en el ciclo anual (este es el gran alarde científico y en cierta medida lo que ocurre en el equinoccio de otoño es un error inevitable aunque también sea emotivo) y la Luz cumple su cometido. Poco después el rayo de luz, dejando casi en sombra a Santa Ana, pone de actualidad a Santa Isabel y la gestación de San Juan. Para los incrédulos el momento de mayor fascinación se produce cuando el haz de luz aún ilumina la figura del Ángel y ya ha presentado la figura completa de San José que, en el ensimismamiento de su soledad, medita sobre la partenogénesis u otros fenómenos de la naturaleza.



Iluminado el capitel se oscurece el resto de la iglesia
En la última fase del fenómeno el rayo de luz sigue su desplazamiento por el capitel hasta llegar a la escena del Nacimiento y perderse en la nave sin apenas iluminar la Adoración de los Reyes. Poco después, perdido el punto brillante sobre la piedra, el conjunto de la nave toma una ligera luminosidad a la que hay que complementar con velas o luz artificial porque la noche está en la puerta.
Lo llaman El milagro de la luz, pero no es un milagro sino la aplicación de muchos conocimientos y con mucha precisión, de los que sobresalen los relativos a la percepción y emoción humanas.
El rayo de luz ilumina, por orden, la vida de María. Después la tiniebla.

lunes, 20 de septiembre de 2010

LA MUERTE DULCE

Retomamos el camino y volvemos a publicar.
Entre Arroyo de San Bol y Hontanas. Burgos. Febrero de 2008.
En estos momentos estoy sopesando la posibilidad de impartir una asignatura ad hoc sobre el Camino de Santiago. La idea base es desarrollar sus contenidos a lo largo de la ruta automovilística que discurre más o menos paralela a la sirga peregrinal. Unos quince días de viaje en autocar, con parada en casi todos los hitos de interés histórico-legendario-artístico, en una clase continua. Con gusto la impartiría andando pero entonces necesitaríamos treinta y cinco días imposibles de escamotear en un horario docente.
Entre Arroyo de San Bol y Hontanas. Burgos. Febrero de 2008.
Constatar la imposibilidad de hacerlo como peregrino y conformarse con la visión turístico-cultural me ha hecho recapacitar sobre el apartado más importante del Camino que siempre es el vivencial. Esta mañana revivía con una amiga uno de esos que dejan huella: la muerte dulce. Dicen que morir de frío es de las mejores formas de hacerlo. Un ligero sueño nos invade y placenteramente nos dejamos llevar.
Yo tuve la tentación entre Arroyo de San Bol y Hontanas en la provincia de Burgos. Primeros días de febrero de 2008. Frío, mucho frío todo el día. Frío seco y algo de viento. Los labios cuarteados. Los pueblos pequeños de Castilla están abandonados. Apenas hay lugares donde reponer fuerzas. La jornada se hace sin cruzar palabra con nadie, porque Nadie es el compañero. La belleza del viaje invernal es la soledad y su riesgo. El viaje se realiza con la luz solar y con su límite de calor. 
En la atardecida, a solo 10 kilómetros del refugio de Hontanas, el panorama es como describen las imágenes. Un crucero provisional en una muria, una llanura que preludia las ilimitadas de la provincia de Palencia, y el sol que acaricia por última vez en el día las briznas de hierba. A medida que se avanza por la senda ya solo provisto de agua fría, algún resto de comida también fría, y cansancio suficiente que obliga al paso lento, se tiene presente que la temperatura bajará de forma espectacular cuando el sol desaparezca del horizonte. En cada paso se nota la diferencia. La tentación se presenta de forma intermitente. Una roca, un asiento, un descanso, un rayo de sol, un ligero calor en la cara, un cierto sopor y … …
Por suerte la inercia también funciona con los seres medio vivos. El sol se puso, y antes de que entrara la noche cerrada, la torre de la iglesia de Hontanás apareció entre las lomas. La muerte dulce se dejó para otra ocasión a pesar del placer que producía.
Entre Arroyo de San Bol y Hontanas. Burgos. Febrero de 2008.