Menashe Kadishman. Falling Leaves, (detalle). 1997. |
En el Museo Judío de Berlín el último espacio del recorrido está dedica a recordar el Vacío de la Ausencia. Por el contexto de todo el museo creo que es la traducción más adecuada a la sucesión de palabras en alemán Void Void que se emplea en el museo.
Siguiendo el orden preconfigurado de visita se llega a este espacio una vez concluido todo el discurso de la exposición. Volvemos a la narración del edificio de Libeskind. En Void Void todo nos recuerda el recinto de la Torre del Holocausto al inicio de la visita: un patio interior de forma irregular próxima al triángulo, con una altura muy superior a cualquier longitud de su base, con iluminaciones parcas y cenitales, con recorridos que vuelven sobre los pasos propios. En esta ocasión se ha reducido la austeridad arquitectónica y la vista tiene alguna escapatoria: algo parecido a balconadas en primera y segunda planta, alternando con tragaluces de escalera, recintos de descanso a la entrada y salida del patio, el calor del resto del edificio, y luz: mucha más luz que en la Torre del Holocausto.
Patio Void Void o el Vacío de la Ausencia con la instalación de Menashe Kadishman, Falling Leaves (1997). |
Allí se apelaba a la vista y al tacto como conductos perceptivos (recordemos el frío penetrante de la estancia). Aquí no se abandona la vista, pero se hace llamada especial al sentido del oído. Efectivamente el suelo del patio está ocupado por una instalación de Menashe Kadishman, Falling Leaves, compuesta de un par de millares de rostros, de expresión grotesca, todos distintos, pero básicamente iguales. Los rostros son placas, planas por tanto, de hierro y, justo por ello, con capacidad de oxidación.
La organización del museo invita a “actuar” con la instalación, a usarla. Ahí comienza otro de los desasosiegos de este museo. Acostumbrados a distanciarnos de las obras de arte, de las obras expuestas en general, incluso de algunas unidades interactivas de los museos de ciencia y tecnología, la invitación sorprende. Se supera y se decide el paso. Inmediatamente otro desasosiego: somos conscientes de estar pisando caras, y somos conscientes de a quién recuerdan. El tercer impacto lo apreciamos al primer paso y al segundo y al siguiente. Los rostros suenan a metálico, pero tienen un sonido sordo producido por nuestro recelo al pisar y por el efecto de eco del recinto. Si, en principio es un imposible, pero lo mejor que se me ocurre para describirlo es adjetivarlo como un sonido metálico sordo. Además las superficies reflejan otras dos situaciones físicas: por una parte manifiestan el paso del tiempo con superficies herrumbrosas. Por otra esa misma superficie tiene muchas zonas brillantes, rayadas. Se nota la huella de las pisadas. En cada brillo se descubre como una cara ha rozado con otra y que han sido miles los visitantes que lo han producido.
Menashe Kakishman. Falling Leaves. (instalación). 1997. |
En definitiva se pasa, cabizbajos, pero se pasa. Nadie es capaz de hacerlo con la cabeza alta. Todos miramos al suelo, concentrados en los sonidos, obligados a pisar en el centro de las superficies-rostros para no perder el equilibrio. Al final todos pasamos y todo queda en el mismo lugar y parece que nos olvidaremos de la hojarasca mil veces pisoteada. Sin embargo, después de este paseo de solo un par de minutos seguro que olvidaremos más lentamente lo ocurrido con los judíos a los que habría que añadir los gitanos, palestinos, armenios, ucranianos, hutus, tutsis, eritreos, camboyanos-laosianos y otros muchos más. Demasiados.
Sobrecogedor. Sin duda, una de esas experiencias para tomar nota, para la primera vez que mis pies se detengan en Berlín (asignatura pendiente).
ResponderEliminarA veces, las mejores veces, el arte y sus escondrijos (los museos) sirven para disparar todos los resortes que nos hacen humanos: la memoria, la vergüenza, el vacío, la esperanza...
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Un beso Isidoro.